El resto de los días 

 

La memoria a través de los materiales que utilizo, siempre ha sido una constante en mis procesos. Tiempo y memoria serían así una vez más los dos pilares de este proyecto

 

Soplo. Globo de latex y bronce

Lote 003
Me encantaba aquel olor a cola de contacto –“la súper” la
llamábamos–. Era un olor profundo que lo impregnaba todo en
aquel taller. Todo eran cueros, gomas, cordones y un color
marrón oscuro, muy oscuro. Me encantaba pasar aquellas tardes
después del colegio por allí. Circulaban gentes de todo tipo
y las conversaciones eran fugaces, lo justo para dejar las
piezas a reparar, contar alguna anécdota y salir rápido. Ellos
dos eran los que mejor entendían aquello, había una complicidad
muy curiosa, nadie se sentía inseguro, lo previsible era
que todo quedara perfecto. Cuando desgarraban las piezas para
poderlas recomponer, aquello parecía el destripamiento de un
cadáver, era todo un espectáculo.
Los balones del equipo regional de fútbol también tenían
allí su centro de reposo y puesta a punto. Descubrí cómo aquellas
bolas estaban construidas de un cuero gordísimo, cosido
en cada lado de su pentágono y hexágono con puntadas milimétricas.
Pero lo más extraño era aquel encéfalo o centro en
forma de globo que llevaban dentro. Era la cámara, un balón
tenía cámara central, aquello claramente era lo que mantenía
hinchado aquel bolo que parecía de madera.
Todos aquellos aromas llegaban a casa y, como por arte de
magia, aquellas negruras de los materiales desaparecían a modo
de amnesia. Se separaba muy bien un lugar del otro. Lo que era
del trabajo no viajaba a la cocina. Y cuando al día siguiente
se volvía al olor a “la súper”, cada cual tenía claro donde
estaba su tarea.
Acumulación

 

 

Lote 002
Hay veces que las cosas encajan bien y el hecho de que se acoplen solas tranquiliza muchísimo, parece como que todo es correcto, que es lo que tenía que ocurrir y que la operación ha salido según lo previsto. Y es a menudo el azar quien lo organiza todo. En este caso no fue así, como en tantos otros. Por eso mismo dudo de que se trate del azar, más bien creo que hubo muchas circunstancias que llevaron cada cosa a su lugar.
Da lo mismo, en cualquier caso, creo que esta pieza está muy bien construida. Se soldó todo en el horno y, cuando las cosas ocurren solas, es mejor no insistir.
Bueno, ahora que recuerdo bien, no exactamente se soldaron todas en el horno. Es curioso cómo traiciona la memoria. Tan sólo se soldaron algunas piezas de porcelana que por su propio peso se acoplaron. Las otras ni tan siquiera se cocieron, pero estaban, formaban parte de aquel conjunto. Y es que las cosas no son como las recordamos, en ocasiones son más como deseamos que hubieran ocurrido, y damos por hecho que fueron así. Entre la verdad y la mentira hay una fina línea que a menudo nos despista.
Por eso, tal vez la tapa tiene su sentido. Todo aquello que no ha ocurrido lo podemos tapar para camuflarlo, pero la tapa no lo oculta todo. La tapa es la que aparenta que todo está cerrado, pero el hervor y el fervor van por dentro. Muchas horas de vida están en esa pieza, la tapo y la cubro para protegerla, para que no se pierda ni evapore con el paso del tiempo.
Algunas cosas no encajaban, pero en la vida las cosas nunca encajan perfectamente y tenemos que batallar con ellas. Unos tubos azules, unos hilillos tipo cables... no sé bien qué hacían ahí, pero si algo tengo claro es que las cosas pequeñas al cabo del tiempo acaban siendo imprescindibles.
Balón

Lote 012
Cuando se recoge una casa, hay muchos elementos de diferente naturaleza que se acumulan: las vajillas, las camas, los armarios... Muchas son voluminosas y hay que buscarles ubicación física (en otra casa propia, familiar o ajena) o simplemente llamar a una asociación benéfica y que se pasen a retirar los bultos por coste cero, a modo de donación.
Pero hay una serie de “en-seres”, de los que no hay manera de deshacerse sin quedarte atrapado en sus redes, son los tejidos, las ropas... Así como las mantelerías, ajuares de sábanas y toallas tienen entidad propia, las ropas más personales o las piezas textiles más privadas son dificilísimas de ubicar y de decidir su destino final.
Recojo camisetas, camisas, blusas, chaquetas, suéteres, faldas, pantalones, abrigos, chaquetas, chaquetones, manteles, servilletas, pañuelos, fulares, chales... Cada una de esas prendas ha tenido su momento, forma parte de un recuerdo, de un lugar del que incluso conserva hasta el aroma.
Encuentro y recuerdo una camiseta de algodón negra que ha quedado calcinada en gres negro de alta temperatura. Ni aun quemándola a 1200 grados en el horno llega a desaparecer.
Bueno, realmente sí desaparece, pero para colmo el barro nos devuelve la misma pieza, con sus pliegues y texturas petrificadas en un gres negro inquebrantable.
Lo mismo ocurre con un chal blanco que quedó calcinado en gres chamotado, o aquella gasa de hilo negra que sobrevive incinerada como si de los restos del difunto se tratara.
En realidad es un proceso crematorio, o más bien quemador. No se puede ser natural con tanto realismo. Gasas, linos, encajes y terracotas. Auténticas y reproducciones, o reproducciones auténticas. Porque si juntamos una copia o una huella y un objeto real, a menudo sentimos desconcierto, no es fácil distinguir la verdad de la mentira, porque la mentira suele ser más verdad que la vida misma.
Textil

 

 

En este caso y a modo de una pirueta nueva, incorporo unos textos escritos por mí, que escribo cuando ya está todo cocido y agrupado, en un intento de rememorar aquello que estuvo, y lo que en mi ha dejado su recuerdo.

El texto es un medio que me provoca cada vez más curiosidad. Tal vez a través de los minirrelatos en video he comprendido el interés de la narración a través de la imagen. La escritura, la poesía, es un nuevo reto que en este proyecto intento abordar, para asomarme al avismo de mi memoria más infiel.

 

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© Concha García Sánchez